Telar de Beni Bu Gafar.
La foto de Lázaro que acompaña al texto muestra uno de los antiguos telares utilizados en el Rif hasta que la implantación del protectorado en Marruecos y la difusión de tejidos de mayor calidad y de precio asequible a todo el mundo los hizo desaparecer, ya que en las tiendas del Mantelete de Melilla, en las que se vendían esta clase de géneros procedentes de la zona occidental de Marruecos, los ofrecían en mejores condiciones de calidad y precio. En todas las kabilas, desde Quebdana a Bocoya al menos, existían telares, al servicio, cada uno de ellos, de una o dos familias. La confección de tejidos en telares de este tipo constituía una de las pocas industrias existentes en la zona, industrias muy rudimentarias y limitadas, al decir de Delbrel (Geografía general….1911), pero que bastaban, a principios del siglo XX, para satisfacer las necesidades básicas de la población. Elementos artesanos de fabricación propia, que pasaban de padres a hijos desde tiempo inmemorial. Con las telas producidas se confeccionaban chilabas y jaiques cuyo cosido, curiosamente, en muchos casos era trabajo propio de los tolbas (estudiantes) y no de las mujeres como en principio se podía pensar; vestuario de uso familiar que en su mayor parte no se ponía en venta.
En 1921, cuando se elaboraron los llamados cuestionarios de kabilas, promovidos por el coronel Morales, la mayor parte de aquellos telares habían desaparecido, y en kabilas como le de Beni Bu Ifrur ya no quedaba ninguno. En cambio, en el mismo año, en las kabilas de Beni Sidel y, sobre todo en la de Beni Sicar, aun se conservaba la tradición, teniendo la primera unos 75 telares y la segunda 130.
Una chilaba llevaba 40 días de trabajo, entre el del telar y el de la confección, y su precio en el mercado podía alcanzar las 70 pesetas, el importe de lo que ganaba mensualmente un jornalero en Melilla.
La lana, de producción local o de kabilas cercanas, se lavaba y cardaba, se colocaba en la rueca y desde el huso de madera se liaba en la devanadera; los hilos se empaquetaban en madejas hasta llegar a la cantidad necesaria para elaborar la prenda; se colocaban en el telar los hilos que habían de formar la urdimbre, arrollados en unos trozos de caña lastrados con una piedra para mantenerlos tirantes; en la lanzadera de madera se colocaba el hilo transversal que debía formar la trama.
Con un pedal, los hilos de la urdimbre se separaban alternativamente de forma tal que la lanzadera, manejada manualmente por el artesano, penetraba entre aquellos.
Cada cinco o seis pasadas, un madero con púas apretaba el tejido para hacerlo compacto. Recientemente he visto en algún pueblo de Turquía un proceso similar.
Como a la lana no se le quitaba la materia grasa, las chilabas confeccionadas con aquella tela resultaban impenetrables para el agua. Las chilabas pardas, típicas del rifeño de modesta condición social, se hacían con lana negra, y los jaiques, más habituales en los notables de las kabilas, se fabricaban con lana blanca. En Beni Urriaguel se fabricaban chilabas de colores negro, blanco y colorado.
En la fotografía adjunta son claramente visibles el telar y, en primer plano, la rueca y la devanadera.